Día de la Tierra

Expresando su preocupación por la degradación del medio ambiente y los impactos negativos sobre la naturaleza derivados de la actividad humana, en 2009 la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) decretó el 22 de abril como Día de la Tierra.

Los países firmantes de esta declaración reconocen que «el agotamiento de los recursos naturales del planeta y la rápida degradación del medio ambiente son el resultado de pautas insostenibles de consumo y producción, que tienen consecuencias adversas tanto para la Tierra como para la salud y el bienestar general de la humanidad. 

A lo largo de estos años, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha llamado la atención sobre los principales retos medioambientales de nuestro tiempo y ha advertido sobre los impactos del calentamiento global, como el aumento de los fenómenos extremos –lluvias torrenciales y sequías intensas–, el deshielo de los glaciares y la subida del nivel del mar. También destaca la contaminación del aire, del agua y del suelo, especialmente por la presencia excesiva de plásticos, la desertificación y degradación del suelo, la dificultad de acceso al agua potable, la deforestación y la pérdida de biodiversidad.

Frente a tantos desafíos, es imprescindible promover la transición hacia una economía de bajo impacto ambiental que garantice el desarrollo sostenible y el bienestar colectivo, vinculada a la necesidad de transformar los patrones de consumo en prácticas más responsables y alineadas con la preservación del planeta.

Convivencia armoniosa

La creación del Día de la Tierra nos muestra que es urgente restaurar la relación entre la humanidad y el medio ambiente. Y en esta relación, es fundamental destacar el papel protagónico de los pueblos indígenas que, durante milenios, han cuidado de la Tierra con amor, respeto y sabiduría, guardianes de la naturaleza y protectores del equilibrio climático del planeta.

Los pueblos indígenas guardan valiosos conocimientos sobre el uso responsable de los recursos naturales, el respeto de los ciclos de la Tierra y la convivencia armoniosa con los ecosistemas. Sus prácticas de cultivo, pesca, recolección y manejo forestal son ejemplos de sostenibilidad, a menudo ignorados por los modelos de desarrollo convencionales. Estas formas garantizan no solo la supervivencia de las comunidades indígenas, sino también la salud del planeta.

Preservar los conocimientos indígenas significa proteger sus lenguas, rituales, historias, modos de vida y cosmovisiones que enriquecen la experiencia humana y reconocer el papel central de los pueblos indígenas en la protección de la biodiversidad es un paso necesario para revertir los impactos de la destrucción medioambiental y construir sociedades más conscientes.

La Fraternidad – Misiones Humanitarias Internacionales (FMHI), a través de la Misión Roraima Humanitaria, cumple el precioso propósito de crear una coyuntura ideal para que la identidad originaria y tradicional no se pierda en medio de las turbulencias y desafíos vividos por los pueblos migrantes o familias de su país de origen que hoy encuentran, en el Centro Cultural y de Formación Indígena, una posibilidad de perpetuar la verdad que les permite seguir siendo quienes son», destaca Aajhmaná, miembro del equipo de coordinación de la Misión Roraima Humanitaria.

Otra forma de vida es posible

Según MapBiomas, en 38 años las tierras indígenas de Brasil han perdido menos del 1% de su vegetación autóctona, mientras que en las áreas privadas la pérdida fue del 28%. Estos datos refuerzan una antigua verdad: donde hay indígenas, hay bosque en pie.

Su vínculo de profundo cuidado con la naturaleza nos enseña que otra forma de vivir es posible, y que la armonía con la Madre Tierra es esencial para preservar la vida en el planeta.

Frente a los desafíos ambientales y a la desigualdad social, la Comunidad Luz Flor del Sagrado Tepui, coordinada por la Misión Roraima Humanitaria y con el apoyo del Centro Cultural y de Formación Indígena (CCFI), está implementando Sistemas Agroforestales (SAFs) como alternativa sostenible para la regeneración del suelo y la producción de alimentos. Esta práctica, basada en conocimientos ancestrales donde conviven el cultivo de árboles y de productos agrícolas, promueve la biodiversidad, la recuperación de los ecosistemas y la autosuficiencia.

La iniciativa implica activamente a las comunidades indígenas, especialmente al pueblo Pemon-Taurepang, promoviendo el intercambio de conocimientos, de capacitaciones y el fortalecimiento local. El proyecto cuenta ya con unos 500 árboles frutales plantados y abastecimiento de mandioca, así como técnicas de fertilización natural. La agroforestería se ha consolidado como un espacio de producción, aprendizaje y transformación ecológica y social, demostrando que la cooperación y el respeto a la naturaleza son caminos viables para un futuro sostenible.

Para Ricardo Luis Rodríguez, del pueblo Kamarakoto, este intercambio de experiencias y saberes es algo que su comunidad realmente necesita: «compartir culturas es algo muy bonito y nos acerca y fortalece como hermanos». 

Fray Tomás, coordinador de la Comunidad-Luz Flor del Sagrado Tepui, destaca que este proyecto no solo ofrece alimentos saludables, sino que también promueve una profunda conexión con la naturaleza, regenerando tanto la tierra como la consciencia humana.