Misioneros proporcionan educación y entretenimiento con actividades adaptadas para niños y jóvenes refugiados con necesidades especiales.
«Tía ¿usted no sabe decir nada en español?» Preguntó un niño venezolano a la misionera de la Fraternidade – Federación Humanitaria Internacional (FFHI), Rosi Freitas, que respondió que solo sabía decir bien algunas oraciones en el idioma.
«Entonces todos los niños quisieron saber cuál era la oración, y dijeron que sus abuelos y padres lloraban y oraban todos los días», cuenta la misionera.
Mientras los padres y madres salen de Venezuela en crisis, con destinos y sueños inciertos, los niños interrumpen con lo que mejor saben hacer, aprender y jugar, para seguirlos en búsqueda de una vida más justa y digna que garantice su futuro.
Datos estimativos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) informan que de los refugiados que llegaron a Brasil, entre 2015 y 2019, hay cerca de 10.000 niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Solamente entre mayo y noviembre de 2019, según los datos de la Defensoría Pública de la Unión, más de 500 niños y adolescentes, con edades entre 13 y 17 años, ingresaron de Venezuela a Roraima sin compañía.
En todo el mundo, niños y adolescentes con menos de 18 años representan el 52% de la población refugiada, de acuerdo con los datos de la ONU.
En el exilio, son susceptibles a sufrir traumas por causa de abuso, negligencia, violencia, explotación, tráfico o reclutamiento militar.
En campos de refugiados de Brasil, pueden no entender todas las palabras del portugués, pero nos muestran que jugar es un lenguaje universal. Y cura.
Proyecto El Bien Común
Creado en conjunto con Unicef en 2017, el proyecto «El Bien Común» en la primera etapa unió profesionales brasileños y venezolanos, responsables de la mediación cultural. Dichos profesionales fueron contratados para ofrecer actividades educativas a niños y adolescentes en 10 refugios mantenidos por la Fraternidade Humanitaria (FFHI) con apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en el estado de Roraima.
En promedio, se atendieron cerca de 150 jóvenes por refugio, siendo que en los dos refugios indígenas (Pintolândia, en Boa Vista y Janakoida, en Pacaraima) se utilizaron métodos diferentes, adaptándose al contexto y a la cultura de las etnias, respetando los protocolos establecidos por organismos internacionales.
Neste momento em que o mundo enfrenta a pandemia do novo Coronavírus (COVID-19), os abrigos sob a gestão da Fraternidade-Humanitária (FFHI) também se preparam e se organizam para o combate a essa pandemia de acordo com as recomendações preventivas alinhadas com as demais agências atuantes na Operação Acolhida. As atividades lúdicas ajudam crianças e jovens a aprender brincando e a passar por esse momento de maneira mais suave, sob a perspectiva da esperança de tempos mais felizes.
La segunda etapa del proyecto, iniciada en 2019 y con el apoyo continuo de ACNUR, atiende a cinco refugios.La organización pasó a manos de los misioneros de la Fraternidade Humanitaria (FFHI) con orientación hacia la educación artística.
Pedagogía de Emergencia
La Fraternidade Humanitaria (FFHI) promueve capacitaciones sobre las técnicas de la Pedagogía de Emergencia para los misioneros. Estas capacitaciones son realizadas por el equipo que coordina en Brasil el método creado dentro del movimiento de la antroposofía y que cuenta con representantes en todo el mundo.
El método psicopedagógico apunta a los niños y jóvenes en situación de riesgo, víctimas de conflictos armados, catástrofes naturales y abusos.
«El camino que la Pedagogía de Emergencia propone, con potencial en resultados inmediatos, es el de la alegría», define el gestor de la Fraternidade Humanitaria (FFHI), Fray Luciano.
El alivio proporcionado por las actividades lúdicas mitigan consecuencias comunes en niños en situación vulnerable como el miedo, el pánico, problemas de sueño y alimentación.
«Todos los actores de un episodio de violencia necesitan amparo, pero los niños necesitan más de esa cura del alma. El trauma, al final es una herida del alma, y para eso no hay pomadas, vendajes o medicamentos. El camino para llegar a la cura del alma está en el rescate de la alegría, en las acciones que purifiquen el registro del trauma, como la música, el dibujo, los juegos en grupo y en casa», resalta Fray Luciano.
«La educación ofrecida por el proyecto no se enfoca únicamente en la alfabetización. No está hecha para sustituir la educación formal, pero sí para dar soporte en el momento de posibles traumas», explica la Hermana María, monja de la Orden Gracia Misericordia, misionera de la Fraternidade Humanitaria (FFHI) y coordinadora del proyecto «El Bien Común», que también tiene como objetivo auxiliar la inserción de los contemplados en el sistema de educación formal.
En el modelo de emergencia, los niños refugiados son incluidos en la educación como agentes activos, protagonistas del proceso. Es una educación hecha con los niños, no para ellos.
Niños y jóvenes con grados de ceguera, mutilaciones, parálisis o cualquier otro tipo de necesidad especial tienen actividades adaptadas. La misionera afirma que dada la situación de vulnerabilidad de todos en el refugio, los jóvenes aportan con facilidad la unión grupal .
Entre el llanto y la oración, risa y esperanza
También integrante de la Operación Acogida, el Refugio de Tránsito de Manaos (ATM) recibe familias que permanecen allí como máximo cinco días, y luego son encaminadas mediante el organismo internacional a otras localidades de Brasil. El refugio tiene capacidad para recibir cerca de 400 refugiados.
Fue allí que Rosi Freitas pasó un mes. Coordinaba rondas de presentación, canciones y actividades lúdicas. Mímica, estatua, pintura, dibujo y hasta trabajos con arcilla integraban la programación modelada de acuerdo con las ganas y necesidades de los niños que pedían juegos clásicos como la papa caliente, huevo podrido, la rayuela, la payana y juegos con pelotas de vóley y básquet.
«Estos niños vienen caminando durante días. Están mucho tiempo en la calle, sin saber si van a comer o dónde van a dormir. Necesitan suprimir esa energía de angustia», dice la misionera.
Hasta la diferencia entre los idiomas de Rosi, que es brasileña, y de los niños se convirtió en un juego. «Ellos se reían mucho de como decimos algunas palabras como «chinelo» que para ellos es «chola». También se reían intentando pronunciar algunas cosas del portugués, como el «ão», que no existe en español. Esto nos muestra que lo simple también divierte», nos cuenta.
En ese período, pasaron dos niños con necesidades especiales que, de acuerdo con Rosi, fueron incluidos en todos los juegos, y tuvieron la aceptación, la atención y el cuidado de los participantes.
En un juego de imitación de animales, la misionera propuso a un grupo la representación de una tortuga para incluir a una niña con dificultades de locomoción que utilizaba un andador.
«La niña quedó muy feliz porque los otros niños la esperaron a que se acomode en el piso. La propuesta de imitación de la tortuga se realizó de modo para que todos pudieran acompañar el ritmo de ella. Así se formó «la familia tortuga» que venció todas las dificultades», nos cuenta.
Gracias a la alegría, el trauma es tratado con amor diario y cotidiano, responsable por un mundo más inclusivo y fraterno.