“Aquí está nuestra comunidad, la comunidad Guariba; los primeros ya se han ido, ahora están los novatos, que no saben muy bien la realidad de los acontecimientos anteriores, principalmente sobre la Serranía de Guariba”. En este clima legendario y misterioso, Oswaldo das Chagas, anciano indígena del pueblo Macuxi, recibió al grupo de servidores humanitarios durante cuatro días de integración cultural y de saberes en la comunidad que compone la Tierra Indígena Raposa Sierra del Sol, en el municipio de Normandia, Roraima.
La Tierra Indígena Raposa del Sol se encuentra en Roraima y ocupa parte de los municipios de Normandia, Pacaraima y Uiramutã. Geográficamente, está situada entre los ríos Tacutu, Maú, Mirang y la frontera con Venezuela.
El Proyecto Guariba fue una acción conjunta entre la Fraternidad – Misiones Humanitarias Internacionales (FMHI), la Escuela Estatal Indígena Índio Marajó y la comunidad Guariba. El objetivo de la asociación fue el desarrollo educativo, la autosostenibilidad ambiental, la capacitación pedagógica de emergencia y la valorización de la cultura tradicional del pueblo Macuxi. La escuela atiende a 12 comunidades de los alrededores.

Aajhmaná, servidora voluntaria, explicó que la idea del Proyecto Guariba surgió a través de la profesora indígena Tatiana Peixoto, quien mantiene una relación con la Fraternidad – Misiones Humanitarias (FMHI) desde 2021.
Sobre esta nueva línea de acción, como desdoblamiento de la Misión Roraima Humanitaria, Juan Diego, también servidor voluntario de la Fraternidad – Misiones Humanitarias (FMHI),
explicó que “Como llevamos más de 9 años realizando el servicio humanitario aquí, desde 2016, naturalmente fueron llegando indígenas brasileños además de los venezolanos -foco del ámbito original- y comenzaron a asistir a los cursos. A partir de 2024 se abrió la perspectiva de actuar también en las comunidades indígenas brasileiñas”.
Osvaldo explicó que la comunidad Guariba recibió su nombre de los primeros habitantes de la Serranía, los monos guariba. La Serranía se convirtió en un lugar sagrado, al que no se podía ir sin permiso y al que, para subir, había que hacer una oración. Según Oswaldo, muchas personas sentían curiosidad por ver la piedra, mas él mismo nunca tuvo esa curiosidad y siempre respetó el lugar. Puso como ejemplo dos hechos que ocurrieron cuando personas subieron al lugar sin permiso:
El primero es que las personas contraían enfermedades, de ahí se originó la enfermedad del guariba. El segundo es que, según la leyenda contada por su padre, el pico de la serranía contenía tres piedras, una encima de otra, como si alguien muy poderoso las hubiera colocado allí. Las piedras así dispuestas representaban la cabeza y el cuerpo del animal. Un día, hecho verificado por el propio anciano, la cabeza del mono guariba rodó, desplazándose por encima de las otras piedras.

La agrofloresta en el Proyecto Guariba
Aajhmaná explicó: “Pudimos llevar a cabo este proyecto, que incluía la agrofloresta, dentro del terreno de la escuela, que servirá para la comunidad y para los alumnos. Plantamos aquí árboles, un pequeño huerto con plantas medicinales y también legumbres: maíz, frijoles y mandioca entre las hileras de árboles… contamos con unos 60 alumnos. Los profesores y alumnos participantes eran, en su mayoría, del pueblo Macuxi, pero también había participantes del pueblo Wapixana”.
La profesora indígena Macuxi, Tatiana, que sirvió de puente entre la escuela y la comunidad en la construcción del proyecto, explicó que “la idea de establecer esta conexión con la Fraternidad – Misiones Humanitarias(FMHI) surgió a raíz de varias dinámicas, clases y actividades que pudieran fortalecer y valorizar el conocimiento de la juventud indígena. (…) La práctica de la agroecología, de la agrofloresta, solo vino a enriquecer nuestro conocimiento como cultura indígena, como cosmología, la ancestralidad con la tierra”.
Sobre la experiencia agrícola forestal, el joven Josiel Martins, alumno de la escuela y descendiente del pueblo Macuxi, compartió que le gustó mucho el curso, que sirvió “para tener un amplio conocimiento de cómo preparar la tierra para poder plantar, hacer que la planta esté sana y que podamos cosechar frutos muy sanos después”.


Josiel afirmó que, para él, el trabajo en la tierra tiene un significado más profundo, ya que le recuerda antiguas enseñanzas que no quiere olvidar. Compartió que “… mis abuelos ya tienen una tradición, la costumbre de plantar en el campo, plantar mandioca, maíz, papa, y mi familia, mis antepasados, mi bisabuela trabajaban mucho en el campo, y hasta hoy seguimos con esta costumbre de plantar… quiero seguir plantando en el campo con mejores recursos aquí, en la comunidad Guariba. Es muy bueno que trabajemos juntos con nuestras familias, transmitiéndolo también a nuestros hijos y a la generación que vendrá”.
El papel protagonista de la educación indígena explicó: “Otra actividad que realizamos fue la educación financiera básica o nociones de estudio financiero para los alumnos de secundaria, además de una formación para profesores en pedagogía de emergencia centrada en la práctica, que pueden incorporar en el día a día de las clases”.
Sobre la experiencia con los profesores, Tatiana explicó: “La práctica con la docencia, una educación más vivida, orientada al yo, al autoconocimiento, también nos trajo una reflexión a nosotros, los profesores. Estas clases, que vinieron juntas, traen una sensibilidad y también traen una cuestión de la posibilidad de valorar el propio ser y al otro. Así que aprendí un poco más sobre eso. Esta didáctica pedagógica ambiental y ecológica se incorpora al medio ambiente, demostrando el tejido en el que nosotros, como seres vivos, nos necesitamos unos a otros”.

Daiza Laurentino, directora de la Escuela Estatal Indígena Indio Marajó, se dio cuenta de lo enriquecedora que fue la oportunidad de que la escuela recibiera a profesionales para impartir formación a los alumnos indígenas. Señaló que “esta formación fue muy importante; era la primera vez que la escuela recibía algo así. Espero que a los alumnos también les haya gustado esta formación. Fue una capacitación enriquecedora, muy importante para ellos y que supone un incentivo para los alumnos”. En cuanto a la experiencia docente en la pedagogía de emergencia, la directora percibió que «esta experiencia amplió los conocimientos de los maestros”.
El deseo de adquirir nuevos conocimientos, de desarrollarse personalmente para poder colaborar con la mejora de la comunidad donde nacieron, a menudo es un estímulo para que los jóvenes indígenas acepten pasar por nuevos desafíos en busca de ese objetivo.
Gisele, una joven macuxi, alumna de la escuela y beneficiaria del Proyecto Guariba, compartió que su sueño lo aspira alcanzar fuera de la comunidad, pero que busca utilizar ese logro en beneficio de su pueblo. Decidió hacer su parte ante la realidad cultural actual, para contribuir de alguna manera al fortalecimiento de la tradición indígena. Ella expresó: “Pretendo salir de la comunidad, estudiar medicina, volver a la comunidad y continuar con mi cultura, costumbres y tradiciones que mi pueblo dejó y que, poco a poco, se están extinguiendo. Si lo consigo, podré volver, continuar y ayudar también a mi pueblo, y demostrar que los indígenas son capaces de desempeñar diversos tipos de funciones».

Sobre su participación en las capacitaciones y experiencias en el ámbito del Proyecto Guariba, Gisele percibió el momento como una oportunidad para que la tradición indígena, el trabajo de la tierra, pueda continuar de forma más perfeccionada y autosostenible por parte de sus descendientes. Reflexionó que «hoy estamos aquí realizando las actividades junto con el personal de la Fraternidad – Misiones Humanitarias (FMHI), y este conocimiento lo vamos pasando de generación en generación. Y vamos a continuar con estas actividades y a seguir luchando para que los nuevos alumnos que vengan también puedan dar continuidad a lo que hemos comenzado y terminar lo que empezamos: trabajar con suelo biodegradable, sin usar productos químicos, para que podamos plantar y no depender de los productos químicos».
La experiencia de los conocimientos tradicionales y los modos de vida sostenibles
El anciano indígena Oswaldo habló un poco sobre su día a día en la comunidad Guariba y sobre el trabajo manual que tiene que realizar para llevar comida a la mesa: en el campo, plantando mandioca (macaxeira) y maíz, y también sobre las actividades que se realizan en la comunidad en beneficio de todos. Contó sobre la actividad pesquera de subsistencia que practica en la localidad y mostró la casa que construyó con la ayuda de uno de sus hijos.

Oswaldo demostró que vive una vida fraternal, que suele recibir a los visitantes que llegan a su comunidad con mucha hospitalidad y respeto, y que está satisfecho con el hecho de que las prácticas autosostenibles traídas por el «hombre blanco» también puedan favorecer la tierra de la que obtienen su sustento. Expresó con espontaneidad: «…quiero que nuestra zona favorezca a las personas que llegan, favorezca nuestra tierra y también a nosotros… Es muy bueno que la persona dialogue, que sepa de las cosas…». Finalizó con un saludo en macuxi: «Morü ninkin imake bukanê», y tradujo: «Fraternidad sí, violencia no».
«…Pudimos vivir en ese momento un gran encuentro de interculturalidad, intercambiando conocimientos entre lo que el equipo de Fraternidad – Misiones Humanitarias (FMHI) podía ofrecer y también todo lo que ellos tenían para compartir con nosotros en todos esos campos, concretando así esa gran interculturalidad». Así concluyó Aajhmaná sobre la experiencia vivida durante los días dedicados al proyecto.
En un mundo donde la globalización y la conexión virtual guían a las generaciones actuales, la presencia indígena enseña sobre una relación con los lugares y con la naturaleza donde la reverencia, el respeto y el silencio pueden responder mucho más a nuestros anhelos y necesidades reales.

